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18.4.07

"Flores para María"

Anestesiado el entusiasmo que me había producido la visita a la tienda de bellas artes que me había recomendado la profesora de pintura Rosario Merida decidí acercarme hasta la librería Babel. Confieso que tenia unas ganas locas de unirme a la “Gabomanía” y decidí comprarme la nueva edición de Cien años de soledad de García Márquez que por cierto tiene un precio bastante módico (nueve Euros) pese a tratarse de una edición de lujo. Cuando no hay nada que hacer da gusto vagabundear por la ciudad. Sin prisas, pausado, lerdo, cachazudo. En la plaza María Agustina el ambiente era de silente total e invitaba a sentarse en uno de sus bancos y dejarse abrazar por los primaverales rayos de sol.
Absorto estaba yo leyendo el árbol genealógico de los Buendía, cuando una mezcla de esencias de flores con aldehídos, o sea, un perfume de mujer con olor a mujer me hizo levantar la vista del libro y dirigirla hacia la portadora de tan agradable aroma.
Rondaría los treinta y pocos la edad de la mujer que se había sentado a mi izquierda y en su cara reflejaba esa tristeza sin nombre que lo roba todo. Estaba pensativa, como realizando un viaje imaginario a un universo en brusca transformación, seguramente ya no habitado por fantasmas. Se le notaba que hacía mucho tiempo había perdido el derecho que tienen las mujeres a ser actrices de sus operas o de sus sueños y por supuesto quería recuperarlos. Y entablamos conversación.
Se llamaba María. Me dijo que su marido acababa de fallecer en accidente de tráfico y se sentía la mujer más feliz del mundo. Por fin se acababa esa vida en continua violencia cerril en la que vivía.
Su esposo, un iraní, el típico fanático religioso el cual teme más al conocimiento que a la propia muerte, la tenía completamente subyugada. Las continuas amenazas hacia ella y sus dos hijas impidieron durante años abandonar su casa. La evocación de su vida en todo momento reviste tintes elegiacos. Algo tan aparentemente tan banal como puede ser el saludar a un vecino masculino al encontrárselo en el portal de su casa ya le suponía una disputa con su marido. Su casa era lo más parecido a un estado represivo. Nada de libros, música, tv, perfumes, ni siquiera flores.
La cantidad de miasmas perniciosas que estaba lanzando contra su matrimonio la estaba liberando y yo, en esos momentos me sentía como el sol que entra por su ventana iluminando su mundo intimista.
Se despidió de mí besándome en la mejilla como fiel reflejo a su reciente liberación y me dijo que hablar con un desconocido sabiendo que no tenía que rendir cuentas a nadie le había sentado bien.
Creo que Irene Khan tiene toda la razón al decir que la violencia de género es un escándalo oculto.

17.4.07

"Huida"


Antes de que salga el sol trataré de huir de mis miedos y también de tu olvido, de los días sombríos… los míos y los tuyos.

13.4.07

"Viejo"

-Lo que piensa este viejo no se puede decir.