“Retraida” –
Pontedeume 2013
Hay días que un incorregible estado de mi alma está enteramente embargado
por un sentimiento de admiración y alegría porque el recuerdo me trae a la
memoria mis búsquedas de ese “silencio” del que en numerosas veces escribía
Juan Ramón Jiménez. Suelo buscar ese silencio en ese paraíso que son “Las
Fraguas del Eume”.
Es un regalo, un deleite, una delicadeza, cuando en mis días
ociosos uno nota el temple del aire húmedo coger mi vieja bicicleta e ir
tras ese silencio.
Las lenidades de los días de primavera duermen los campos adyacentes
al camino de mi recorrido anegando mis sentidos con un fuerte aliento de
helechos. Ya cerca del río, el aire puro, afila los limpios sonidos que produce
la cadena de la bicicleta.
Hay partes del recorrido en la cual me apeo de la bici y continúo
andando y le susurro, mira, bicicleta, mira, y le señalo todo lo débil –flores,
pájaros– puro encanto, vida, idilio.
Al final del camino, ambos, mi vieja bicicleta y yo, en
solitario, subimos una cuesta dejamos a la izquierda el monasterio y
descendemos por la vereda de la derecha la cual nos conduce a lo buscado.
Allí, en soledad, sentado, frente al viejo puente por veces
iluminado por los débiles rallos del sol filtrado entre los enormes abedules al
principio solo oigo el murmullo procedente de una pequeña cascada de aguas frías,
después, si cierro los ojos ese sonido va desapareciendo y ya entonces es
cuando solo oigo ese silencio que muchas veces narraba Juan Ramón Jiménez.
Después, en la luz última, montado en mi vieja bicicleta de
regreso a mi hogar pienso este silencio que he escuchado fue efímero aunque su
recuerdo podrá ser eterno.
|